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El Matadero y Mercado de Ganados de Madrid Como Modelo Arquitectónico Español

Admiradores y detractores.

Inaugurado, por tanto, el Mercado de abasto y labor en julio de 1924 y el Matadero en octubre, su ya nombrado director Sanz Egaña redactaría la memoria del primer ejercicio al año siguiente, incluso publicándola en 1926 [138], en la que expondría su preocupación porque la plantilla fuera lo más reducida posible, prefiriendo “pecar de insuficiencia, a reserva de una ampliación futura, antes que recargar con nóminas y credenciales el presupuesto”.
También reflejaba la precariedad y aún insuficiencia de medios en los inicios del establecimiento, atendiéndose primero a las necesidades urgentes, el gasto elevado que suponía el personal, el 72,9 % del presupuesto total, y el destino de una elevada partida a construcciones y material, para la corrección de pequeños detalles en los edificios.

A pesar del entusiasmo de Egaña, designado al poco gerente, y el respaldo de Bellido, las quejas y críticas en la opinión pública y la prensa sobre el funcionamiento y administración del Matadero provocaron la formación, por parte del Ayuntamiento de Madrid, de una comisión de investigación, constituida por D. Augusto Barrado y los señores Aristizábal y Arteaga, moviéndose los resultados del primero en una memoria concluida en julio de 1927 [139].
De este modo, la primera impresión de Barrado fue que la matanza se hallaba reducida a las 2/3 partes de lo normal, que “los gastos que habían aumentado en cantidad fantástica, mientras los ingresos, por el contrario, disminuían en la misma proporción”.
Justamente, la excesiva y aumentada inversión en personal del Matadero iba a ser para el comisionado la prueba más determinante de la mala distribución en el mismo, lo que no había sido óbice para la entrega de gratificaciones, un mes de permiso con sueldo y otra cantidad para gastos de viaje, tanto al propio gerente Sanz Egaña, como al Jefe de Servicios Comerciales, y luego subgerente, D. Manuel Cano.


Barrado no escatimará críticas incluso al proyecto, considerándolo “pésimo”, especialmente por su deficiente instalación de saneamiento, incapaz por su escasa pendiente y proximidad al río de verter en él. Además, la cantidad de agua suministrada era tan reducida, que impedía la adecuada higiene de trabajadores y locales, aun cuando se quisiera hacer del establecimiento modelo por excelencia de salubridad, respecto a los existentes en poblaciones limítrofes.
En cuanto a la mondonguería, el comisionado la encontraba erróneamente ubicada, en un sentido técnico, “a medio kilómetro de las naves de matanza” e instalada en un piso segundo, si bien aquí Barrado no consideraba que esta coyuntura ya había sido prevista por Luis Bellido al instalar dos montacargas eléctricos junto a la gran escalera imperial. En cualquier caso, el transporte de despojos fue otra de las pruebas presentadas por aquél, como demostrativas del encarecimiento del funcionamiento del Matadero.
Las críticas demoledoras en la gestión y actividad del nuevo Matadero y Mercado de Madrid, que escapan a este estudio, meramente histórico-arquitectónico, y concluidas en el requerimiento de responsabilidades, iban acompañadas de soluciones, algunas inviables, como la separación de determinados servicios del conjunto, privatizándolos, esto es, la mondonguería, el transporte o las cámaras frigoríficas, la venta del parque automovilístico recién adquirido e, incluso, la reutilización de naves y terrenos para otros fines.
De haberse llevado a cabo las propuestas de Augusto Barrado, en lo que a nivel funcional representaban, habrían supuesto el fin del Matadero de Bellido como conjunto arquitectónico, el cual, a cambio, sí encontró en el ámbito profesional un reconocimiento inmediato y unánime.
Ya se ha comentado el apoyo que tuvo el Arquitecto en la comisión técnica de 1915, en un informe riguroso y estrictamente administrativo, de muy diferente signo al artículo elogioso que le dedicó a él y a su memoria del Matadero su colega Teodoro Anasagasti en 1918 y desde la revista La Construcción Moderna [140].
De este modo, reconociendo la complejidad del tema, de los “más difíciles que pueden presentarse a los arquitectos”, no duda en comprobar la claridad, solidez y detalle de todas las circunstancias y requisitos que contiene la propuesta, adaptada en su modernidad a la idiosincrasia, clima y condiciones del ganado nacional. Esto le hizo plantearse a Anasagasti el que Bellido podría haber conseguido un tercer tipo para estos establecimientos, además del norteamericano y el alemán, “que
sin jactancia, puede denominarse español”. Se trataría así de un modelo para todo el que en nuestro país hiciera otro matadero, “arte propio, pero con un aspecto original y nuevo, sobre lo enseñado por los países más adelantados”.
Y es que fue en general generosa la crítica de su tiempo, al considerar que a una resolución “acertadísima del problema planteado”, se unía una “expresión arquitectónica feliz”, en la que se han cuidado con esmero “los detalles más insignificantes” y “la ejecución de todas las fábricas” [141].

El lenguaje compositivo del conjunto. Modernidad y singularidad.

Se trataba del intento de superación de un lenguaje arquitectónico propio y nuevo para los grandes establecimientos de carácter eminentemente utilitario, evitando Bellido el academicismo en beneficio de la disposición más conveniente y práctica y de la sinceridad y economía constructiva, aun sin renunciar a la belleza. En la memoria del proyecto ya dejaba clara su apuesta por materiales autóctonos, piedra berroqueña en zócalos, ladrillo y mampostería descubierta al exterior, elementos de sillería artificial en algunos puntos, azulejos en impostas y cornisas, etc., y colores entonados “al modo clásico de la arquitectura castellana” [142].
Lo que está ofreciendo Luis Bellido en el Matadero, desde el punto de vista compositivo, es la participación en el principal debate arquitectónico de su época: la búsqueda de un estilo nacional o castizo, que pudiera servir de guía para su generación. No es por eso muy lejana su propuesta para el Matadero de sus reinterpretaciones históricas en las madrileñas casas de Cisneros y de los Lujanes, si bien en aquél avanza en su indagación hacia una doctrina arquitectónica que conjugue lo propio con los modernos adelantos, logrando convertirse en un “antecedente inmediato de la renovación arquitectónica de los años veinte” [143].
Su funcionalidad, racionalidad constructiva y sencillez conceptual van a emparentar al Matadero, no con los postulados de la Escuela de Berlage, más visibles en otras de las obras de Bellido, tal y como se ha referido, sino con las corrientes vanguardistas centroeuropeas, como el Werkbund, aun cuando carezca, por ejemplo, de la rotundidad y sobriedad de un Peter Behrens en su edificio berlinés AEG (1909). Y es que Luis Bellido seguía manteniendo compromisos con los lenguajes revival, en este caso el Neomudejar, no renunciando a su enraizamiento como “estilo nacional”. Su adopción fue, en cualquier caso, una respuesta habitual para este tipo de arquitecturas, de carácter utilitario e industrial, haciéndolo en el Matadero, tal y como señaló González Amezqueta, a través de las “acentuaciones ornamentales” y un proceso constructivo “estrictamente artesanal” [144], en el que el ladrillo cobra un papel primordial.
Aceptado por tanto, desde su conclusión, como un auténtico modelo para España [145], el Matadero de Madrid ha tenido un uso prolongado de casi seis décadas, lo cual es la mejor demostración de su acertado proyecto y que sólo su emplazamiento, finalmente absorbido por el crecimiento de la ciudad ha sido causa de su definitiva clausura en 1996 y traslado al conjunto Mercamadrid, situado al borde de la carretera de circunvalación M-40, en su cruce con la de Villaverde y Vallecas.

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