En parte de este solar tuvo el futuro Liceo Francés su primer colegio en propiedad, inaugurado el 12 de noviembre de 1893 sólo nueve años después de su creación con 120 alumnos, que ascendieron hasta 365 en 1904. La falta de espacio y la prevista expropiación para abrir la futura Gran Vía exigieron la adquisición, en febrero del siguiente año, de un nuevo solar en la calle del Marqués de la Ensenada para levantar una nueva sede cuya primera piedra puso el presidente de la República vecina, Emile Loubet, el 26 de octubre de 1905, y donde se trasladó la institución el 9 de octubre de 1910, al poco de iniciarse los trabajos de la nueva avenida.
En el solar ya desocupado se empezó a construir un edificio para Eulogio Echevarría según proyecto firmado en agosto de 1919 por el arquitecto Urbano de Manchobas Coreaga, en colaboración con Miguel García-Lomas Somoano.
Según los planos conservados el proyecto contaba con planta de sótanos, baja, entresuelo, principal, primera, segunda, tercera, ático y cubierta; destinándose la baja a tiendas, el entresuelo a oficinas y los pisos restantes a viviendas, excepto el sótano y la cubierta que ocupaban, respectivamente, los servicios y trasteros, y los lavaderos y tendederos comunes.
Tras pasar los dictámenes precisos y obtener la pertinente licencia fechada el 24 de noviembre siguiente y recogida el 1 de diciembre , se iniciaron las obras que, por desgracia, quedaron paralizadas por el fallecimiento del promotor cuando sólo llegaban a la altura del primer piso, dejando inacabado el edificio y cortada parcialmente la acera por una valla provisional que dificultaba el tránsito público, por lo que López Sallaberry, como Arquitecto Inspector de la Reforma Urbana, solicitó el 25 de septiembre de 1923 que fuese retirada a la alineación oficial hasta que se reanudasen los trabajos.
Avisado el apoderado de la empresa propietaria, informó al Ayuntamiento el 30 de octubre de que las obras se reanudarían en la primera quincena de noviembre inmediato, terminándose el edificio "en el más breve plazo posible", por lo que se autorizó a mantener la valla durante un tiempo prudencial, que se fijó en quince días.
La finca fue adquirida en ese estado por el vizconde de Escoriaza, observando "que la distribución en general adolecía de graves defectos y no se acoplaba convenientemente al nuevo destino que se pensaba dar al edificio", por lo que se encargó un nuevo proyecto al arquitecto Vicente García Cabrera, que planteó entre abril y mayo de 1927 "una nueva distribución aprovechando los muros de carga ya construidos" y eliminó los patios de luces laterales para ampliar el central, solicitando la modificación de licencia que supervisó positivamente López Sallaberry el 2 de agosto siguiente, firmándose el certificado final de obras el 15 de septiembre de 1927.
El resultado fue muy diferente del inicialmente proyectado, pues la pintoresca fachada regionalista planeada fue sustituida por otra neobarroca en la que alternan balcones volados de cerrajería con miradores de fábrica que se prolongan en sendos torreones sobre la terraza del ático; destacando el tratamiento del zócalo comercial, con dos arcos escarzanos muy tendidos subdivididos mediante esbeltas columnas de fundición para no afectar a la superficie de escaparate que flanquean la entrada al portal, delimitada por un dintel adovelado en el que campea una corona almenada sobre la inscripción "LA URBANA Y EL SENA", correspondiente a la compañía aseguradora francesa que instaló su sede madrileña en el entresuelo al poco de terminarse.
Se daba la singularidad de que a pesar de su uso residencial privado, el edificio acabó ocupado casi totalmente por oficinas y casas de huéspedes, e incluso algún club social como la Casa de la Montaña, contando con un solo residente en el ático derecha, que además era propietario de la tienda de objetos artísticos del bajo comercial; donde abrió en 1935 la tienda de saneamiento, calefacción y ventilación C.ARA, diseñada por el arquitecto Francisco Ferrer Bartolomé con "una orientación decorativa y un nuevo concepto publicitario", que se concreta en una elegante fachada racionalista de duraluminio, acero y cristal transparente en los escaparates y opalino en el entresuelo para servir de fondo a un gran rótulo de neón en tipografía Futura , superpuesta a la propia estructura del edificio.
Por último, hay que citar la insólita fachada trasera, que presenta la singularidad de superponer los miradores de fábrica sobre un paramento de ladrillo visto, siendo la única de los dos primeros tramos de la nueva avenida ejecutada con este material, que no se volvería a utilizar hasta la construcción del Palacio de la Prensa en el arranque del tercero.
A pesar de su aparente buen estado de conservación, también este edificio ha perdido algunos elementos decorativos, como los pináculos que remataban los torreones que coronan los miradores, o los dos grandes jarrones de los extremos, que pueden verse en los planos y en fotos antiguas.
