Este inmueble recibe el nombre de "Casa del Cura" por alzarse sobre el solar que ocupaba la vivienda del párroco de la vecina iglesia de San José (antiguo templo del desaparecido convento de carmelitas descalzos de San Hermenegildo) cuyo derribo escenificado simbólicamente por un golpe dado por Alfonso XIII con piqueta de plata dio comienzo a las obras de la Gran Vía.
El proyecto del nuevo edificio está firmado en 1910 por el arquitecto diocesano Joaquín María Fernández Menéndez Valdés como corrobora la inscripción en la pilastra del portal "J.M. FERNÁNDEZ / MENÉNDEZ VALDÉS / ARQUITECTO / 1913." , quien planteó un edificio de viviendas de lujo con uno o dos pisos por planta de las que se reservaba una para el párroco. Sin embargo, es habitual atribuir su fachada al arquitecto Juan Moya Idígoras, que iniciaría en este edificio la fecunda corriente del estilo neobarroco madrileño, del que se encuentran otros varios ejemplos en la propia Gran Vía, como las viviendas para Tomás Allende en la Red de San Luis, la Casa del Libro, el Palacio de la Música, la Telefónica, o más tardíamente el edificio de Los Sótanos, el del cine Pompeya, e incluso el Edificio España que cierra la plaza homónima; aunque muchos de sus elementos decorativos característicos ventanas "de orejas", ménsulas de placas recortadas, pilastras cajeadas, frontones partidos resueltos en volutas, etc. pasaron a formar parte del léxico arquitectónico ecléctico.
Quizás fuese esta novedad estilística que combinaba el exuberante despliegue decorativo del triple mirador volado coronado por un torreón de la esquina con paños laterales relativamente más sencillos la que provocó la alarma de las autoridades sólo dos años después de iniciado el edificio, pues según el ABC del 19 de julio de 1912, ante el temor de que la construcción resultase "de inusitada pobreza, comparada con los edificios que ostentará la gran calle futura" el alcalde ordenó al arquitecto José López Salaberry realizar "una visita de inspección (...) para ver si se han cumplido todos los preceptos marcados en el plano enviado al Ayuntamiento". Sin embargo, una vez terminadas las obras al año siguiente, su composición fue muy celebrada por adoptar el estilo churrigueresco de la vecina iglesia, hasta poco antes denostado por sus libertades antiacadémicas para casi inmediatamente después ser ensalzado como modelo de casticismo vernáculo, apto para desarrollar una arquitectura nacional en respuesta a la omnipresente influencia francesa. Pero desde una óptica actual habría que cuestionar las modificaciones que impuso la obra a la fachada del templo trazado por el arquitecto Pedro de Ribera entre 1733 y 1742, cuyo frontispicio se realzó incorporando una faja de coronación sólo para enlazar con la altura de la nueva edificación, al tiempo que se eliminaban los elegantes aletones que flanqueaban el cuerpo central resaltado y se incorporaban otros detalles decorativos, como dos nichos con imágenes rematando las volutas que enmarcaban la hornacina central original y sendos escudos nobiliarios sobre las mismas; aunque estos añadidos postizos fueron eliminados en los años noventa del pasado siglo en una intervención realizada siguiendo las directrices del arquitecto Juan López Jaén, que además incorporó un revoco llagueado imitando ladrillo para distinguirla del edificio contiguo y recuperar su individualidad.
En la actualidad, la "Casa del Cura" es uno de los edificios de la Gran Vía que mejor han conservado su decoración original, si exceptuamos la pérdida de las ménsulas pinjantes y las decoraciones fingidas en trampantojo que embellecían la azotea superior, además de las omnipresentes transformaciones que degradan el zócalo comercial.